En Camden no extraño

Jan 30, 2009

ADVERTIENCIA: ESTE TEXTO ES MAS LARGO QUE LO NORMAL. NO EMPIECES SI UNAS CUANTAS PALABRAS DE MAS USUALMENTE FATIGAN TU CURIOSIDAD. SI ES ASI, ACA TENES UN TEXTO MAS CORTO.

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Me crié jugando al fútbol en la calle, en el barrio del Bajo de Belgrano, en la Ciudad de Buenos Aires. Con el encanto del peligro de esquivar autos y colectivos (ómnibus) cuando la pelota salía disparada hacia la acera contraria. En una sociedad con menos reglas escritas que acuerdos tácitos, uno de esos era el que un niño tenía con el conductor de un colectivo. Una pelota fuera de control. Un niño que corre tras de ella aún ante la visión de la máquina acercándose a toda velocidad. El niño que se detiene en la punta de la acera. El conductor que frena el colectivo. Una mirada cómplice entre ambos. El niño con vía libre para recuperar su pelota. El vehículo y el partido que reanudan su avivada marcha. Una inocente y pequeña ley callejera, sin demasiado preámbulo policíaco.

Los comienzos de ese pedazo de la ciudad como un terreno ganado al Río de la Plata no hizo más que marcar a fuego el estilo del lugar. Al principio, esa parte del barrio de Belgrano fue lo que hoy es solo un nombre sin significado: un bajo, con todo lo que eso connota. Un pantano de gente, de sueños, de esfuerzos, una cultura. Algo que es eso mismo que es. Tiene, como todo lugar en Buenos Aires que haya sido digno de ser recordado, un tango.
Inmigrantes, pobres y trabajadores. La periferia al borde del río que también quiere ser alguien. Había dejado de ser eso cuando yo vivía ahí pero siempre pude percibir esa vibración de antaño. Un lento suceder. El paso justo hacia una vida mejor sin la ansiedad de los desesperados.

Hoy los ansiosos han llegado, para transformar al barrio con su toque de Rey Midas.
La modernidad, entre otras cosas, pulverizó la peculiar arquitectura e hizo lugar para nuevas gentes. El dinero ha llegado a comprar algo que no puede: el sentido de un lugar. Es para muchos una práctica común querer comprar no sólo una casa si no el significado del contexto en la que está ubicada. Como si sucediera por carácter transitivo, el nuevo dueño deserá pasear su persona con un tapado símbolico ajeno que nunca le quedará bien.
Hoy reina un aparente intento de sofisticación.
No hay nada de malo en intentar, pero sí creo que en la sofisticación y en la aparencia. La sofisticación es algo cúlmine, de buena terminación. La versión acabada de algo que se resiste a ajustes. Pero cuando algo no permite cambios está muerto, carece de vida y por lo tanto de encanto. Y peor aún si esa sofisticación es aparente. Eso ya es mal gusto. Escuché historias de resucitados, pero no de alguien que haya vuelto de ese infierno.
Hoy el pantano está seco y lo que era un bajo ahora es la punta del iceberg.

picture-8Por eso a veces toca partir, en busca de un lugar perdido que está en otra parte.

Londres, tan lejos y tan fría, definiría mejor mi momento en la vida. Y aquí estoy.

Tuve que descubrir la ciudad. Empezar de nuevo. Viví en todos los puntos cardinales.
Al principio, toda la ciudad es una amalgama inquebrantable, donde todo parece lo mismo. Hasta que uno descubre los lugares, los retazos, las particularidades de su geográfía y de sus comunidades.
Como toda gran ciudad, es la conjunción de pequeños pueblos o “towns” independientes que se fueron acoplando por el crecimiento y la densidad demográfica.

El caso que me da por hablar es el de Camden Town. Una zona al norte de Londres que mucho tiempo atrás ofició de centro para caballerizas, ferias y vida periférica.
Ahí percibo que los cimientos hechos de estiércol y de barro todavía no secaron. La perfección inacabada de algo que todavía está en movimiento, desarrollándose. Una mezcla de matices que hacen un lindo balance: la sobriedad y pulcritud de la arquitectura y el estilo inglés con el desenfado de la expresión de culturas populares como el desusado punk y el rock. La vida con un sentido propio que no se puede comprar.

La estación de metro Camden Town y varias cuadras a lo largo de Chalk Farm Road albergan mercados y negocios de ropa alternativa atestado de turistas y gente de todos los estilos. Mientras que cruzando por debajo de un puente de ferrocarril se llega a otro lugar más calmo, salpicado de bares y de viejas caballerizas hoy transformadas en ferias.

dsc00266En dirección a la estación Chalk Farm la vida se aquieta y se hace más pulcra, pero no por eso menos original. Por ejemplo, las noches de fin de semana sucede, en la parte trasera de un ruinoso local de comida árabe como tantos de los que hay aquí, lo que dimos en llamar el “Kebab Jazz Festival”, nunca visto por su insólita mezcla de contenidos: una gran cantidad de personas alcoholizadas echados de otros bares que para esa hora cerraron, gracientos y hediondos Kebabs de todos los tipos (una fajita mexicana sazonada al estilo árabe, digamos) y dos saxofonistas imposibles tocando canciones sobre una base musical lamentable. Diversión asegurada, del tipo viaje de pensionados en crucero por la triple frontera (Brasil, Paraguay y Argentina – lugar raro si los hay).

Hace unos días un gran amigo me dió el regalo de su visita. Trajo consigo la visión de mí mismo. Es que con él tengo un pasado, y con esa referencia mi presente en tierras extrañas cobró sentido. “Camden es muy vos”, me repitió varias veces en tono de burla, mientras nos reíamos de nada sin poder contener la alegría de estar juntos, ayudados por unos cuantas copas que nos fuimos tomando en nuestro recorrido de bar en bar por Chalk Farm Road.

Hoy el mundo está nada más que en fotos. Los niños y nosotros sufrimos de arresto domiciliario, mirando pantallitas de colores. Cuanto más sofisticado sea todo mejor. Ni hablar de un poco de barro de barrio. Ese algo que se vive, se toca, se huele y te conmueve.

No vivo en Camden aunque estoy cerca. Pero para mí lo importante fue encontrarlo (no es muy difícil). Me conformo con saber que algo que uno busca existe en algún lugar. Estar o tenerlo es secundario, nadie tiene nada en realidad.

Intuyo que cuando llegue la sofisticación yo ya no estaré ni cerca. Es que me siento más cómodo, como se dice en Buenos Aires, siendo un pibe de barrio.

2 Responses to “En Camden no extraño”

  1. Manuel said

    Muy bueno Nico. Me acordé de mi infancia y pensaba que los dos nos criamos en “el bajo”. En mi caso de Vicente López, después de emigrar desde el “centro”. Lo interesante sería saber si las latitudes y longitudes de nuestras crianzas no eran similares.

    Me acordé además de nuestro extraño viaje a la triple frontera, tomando vino de dudosa etiqueta en un extraño lugar que solo se encuentra sin buscarlo.

  2. Romantic and Sensitive said

    Hayyy Nico…que recuerdos…te leia y me acordaba de aquel 151 azulgrana que mientras pasaba a toda velocidad, tocaba una bocina alocada que hacia las delicias de los pibes fulbolistas de la cuadra.
    La vida me mando a prestamo al otro lado del oceano y cuando volvi nada era igual.Donde quedo mi NuNez/Saavedra natal, la casa abandonada de la esquina se hizo un edificio con amenities y SUM, el almacen de los gallegos un super de lejano oriente, la verduleria del tano un restO con pretensiones, la estacion de servicio un automac…
    No hace falta seguir…pero tanto progreso hace que ya los chicos de la cuadra no progresen con su punteria de tiros libres, de penales, de piedrazos, hondazos.
    En fin…..como dijo un poeta urbano, creo que fue un tal Calamar…Camden es muy vos!
    R&S

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